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lunes, 5 de noviembre de 2007

CONCLUSIONES

CONCLUSIONES

Como corolario de la dinámica política de proscripción del peronismo, la caracterización del movimiento por parte de los sectores antes críticos del mismo (liberales y de izquierda) se modifica en favor de la aproximación entre ellos.

Ahora bien, debido a la disposición de los actores en la escena nacional, dicha oportunidad sólo podía plasmarse mediante la identificación con la izquierda peronista. Sin embargo, es probable que en el torbellino del momento no hayan contemplado las consecuencias de aprovechar esa ventana de oportunidad (que implicaba aceptar a Perón como líder). Ninguna de las agrupaciones guerrilleras había diseñado un plan a futuro y principalmente no se habían detenido a pensar qué harían con Perón una vez en el poder y cómo construirían la "patria socialista". En efecto, cometieron un error de cálculo anterior y más profundo: creyeron que iban a ser los sucesores y herederos de Perón sin complicaciones y no tuvieron en cuenta al colectivo peronista. En su caracterización del movimiento, excluyeron a su parte más antigua y legendaria: "la burocracia sindical

Tuvo que ser Perón quien les recordara en qué había consistido siempre y en qué seguía consistiendo el peronismo: "Levantamos una bandera tan distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes[...] Somos lo que las veinte verdades peronistas dicen".

Recientemente, Juan Carlos Torre explicaba:

"El principal legado de Perón a los peronistas fue su manual <>. Si otros legan valores, ideas, en el peronismo el proyecto es cómo se conquista, se mantiene y se reproduce el poder. Esta manera de hacer política contiene un agnosticismo ético, pues no se somete a valores y descree de las ideas. Sólo son vistos desde una perspectiva instrumental, lo que permite una gran capacidad de innovación."

Las palabras de Torre me motivan a reflexionar sobre el peronismo revolucionario como un sujeto político intrínsecamente incoherente. La contradicción radica en la pretensión de adosar valores e idealismos a un colectivo peronista que desde el cuarenta y cinco a la actualidad no hizo más que confirmar su naturaleza pragmática. El discurso del líder exiliado consiguió confundir y ocultar el verdadero carácter del peronismo: "el proyecto es cómo se conquista, se mantiene y se reproduce el poder", en términos de Torre.

En 1973, Perón no elige a la derecha peronista, Perón simplemente desempaña los vidrios y permite que su esencia quede al descubierto, iluminando su costado más veraz.

Datos

En primer lugar, sin duda, el objetivo de Perón en esta nueva fase de su liderazgo es la manifestación clara y rotunda de sus intenciones de reconstrucción y pacificación. Su alusión a los 18 años de lucha no sólo implican el contraste con las dictaduras pasadas sino también una sutil desaprobación a la práctica guerrillera que, precisamente, se había desarrollado durante esos dieciocho años.

En segundo término, se destaca en el discurso el mecanismo del líder para dirigirse a todas las familias argentinas como si las facciones ya no existieran. Abandona la retórica del descamisado para defender los intereses del país entero. Su gestión ahora debe concentrarse en conformar espiritualmente una nación.

En tercer y último lugar, vale la pena detenerse en la palabra pasiones pues, si bien pasa levemente desapercibida en el grueso del texto no es un detalle menor. Sin duda Perón la incluye dentro de las conductas violentas del pasado, pero no hay ningún indicio que permita reconocer a quién se las atribuye. Se puede interpretar que las pasiones se corresponden con el desorden de los 18 años de lucha pero difícilmente se vinculen con los militares. Ciertamente, cabe considerar la posibilidad de que el término haga referencia al proceso de radicalización social que vivieron tanto los sectores peronistas o la juventud en general. Siendo coherente con el discurso peronista de reconstrucción nacional habría que atribuir esta ligera crítica de Perón a las organizaciones armadas en particular.

Asimismo, algunas costumbres antiguas del "General" mantienen su vigencia. Tal es el caso de la estrategia "pendular", que promueve el debate. Por una parte, Carlos Altamirano afirma que a partir de la proscripción del peronismo, el campo político argentino se ve dominado casi exclusivamente por ese factum. En este escenario, el autor le otorga a Perón el papel de árbitro.

Sin embargo, Verón y Sigal difieren en cuanto a la calificación de "árbitro" pues sostienen que en realidad, Perón evitaba ejercer dicho rol para mantener un equilibrio entre las partes (propio de su estrategia). Claro que el "no arbitraje" como lo llaman los autores, justamente implica ser el centro de las cuestión. Perón elegía cuando reforzar o disminuir el poder relativo de las fuerzas internas del movimiento, pero no interfería en aquellas disputas que no fueran de su conveniencia. En rigor, no se puede considerar la actitud de Perón como "arbitraria" si éste sólo va a mediar en situaciones acordes a su estrategia y por otra parte, lo haga signado de contemplaciones subjetivas y lejos de ser imparcial.

Del mismo modo, Sigal y Verón describen la estrategia de "no arbitraje" como la herramienta perfecta para imposibilitar la emergencia de un segundo enunciador legítimo (siendo Perón el primero). Mientras las partes se tilden mutuamente de "infiltrados" y traidores al justicialismo, en un "mecanismo circular de repetición" sin que ninguno de sus discursos sea claramente legitimado por el líder, se constituye un juego imposible entre ellos donde nadie puede acceder a la tan ansiada posición de "enunciador segundo" .

Tal como se describe anteriormente, el final del exilio significa entre otras cosas, la complejización de la dinámica entre Perón y los mediadores. El "enunciador segundo", aquel representante de Perón que sólo podía citar sus palabras legitimadoras y generalmente no hablaba en primera persona, es un personaje en extinción a partir del regreso del líder.

De todas formas, los militantes del peronismo revolucionario y especialmente, la juventud no pierden las esperanzas y se aferran al rol de "emisores sustitutos" del mensaje peronista. Este mecanismo les resulta funcional para estrechar su vínculo con las bases. Que el juego interactivo con la legitimidad de Perón haya sido eficaz no quiere decir necesariamente que forme parte de un plan a conciencia. Igualmente, en el n°6 de El Descamisado, aparece la siguiente publicación de la JP, fechada el 26 de junio de 1973:

"La fuerza de la relación líder-masa que impulsa el movimiento hacia la profundización del proceso revolucionario del peronismo es temida por los sectores antirrevolucionarios que ejercen una práctica de conducción no basada en la movilización sino en las ambiciones personales e intentan heredar el liderazgo del General Perón. Esta trenza ha quedado superada y destrozada cada vez que el pueblo se ha movilizado, y cuando se encuentra físicamente con Perón estos personajes quedan aplastados y desplazados (...) En el acto del día 20 [de junio de 1973] la cosa estaba perfectamente preparada. A tal punto que se pareció mucho a una emboscada: el objetivo era que Perón no hablara con su pueblo"

Lo interesante de esta publicación radica en la pretensión que mantiene la Juventud Peronista de encarnar al sujeto pueblo, pues juzgan que el encuentro físico entre éste y su líder, no puede llevarse a cabo sino a través de su entidad o de su sector ideológico. Existe cierta similitud, salvando las distancias entre la JP y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en cuanto al rol decisivo que juega la población dentro del movimiento. Ambos grupos reconocen la complejidad de la relación líder-masa, depositando la legitimidad peronista sobre el pueblo. Para ello, la Juventud procura alcanzar la completa representación popular y así relacionarse directamente con el líder, en un juego que cuenta solamente con dos actores (sin considerar al peronismo burocrático). En cambio, las FAR, no se interesan por obtener la aprobación del propio Perón sino que consideran que "el único árbitro de esa cuestión es nuestro pueblo". Interesándose más por la doctrina justicialista que por el heterogéneo movimiento peronista (con sus exponentes tan contradictorios), las FAR no dudan en posicionarse en el mismo plano, o mejor dicho, por encima de Perón. Simplemente, no buscan encarnar a la masa, pues ellos son la masa y tienen la tarea de dirigir su propia revolución.

Justamente, el acercamiento de las FAR (marxistas guevaristas) al peronismo se da a través del pueblo. Como lo explica Carlos Olmedo la identificación con el movimiento es el efecto inmediato y lógico de asumir "nuestra condición de miembros de nuestro pueblo".

"Nosotros no nos integramos al peronismo; el peronismo no es un club o un partido político burgués al que uno puede afiliarse, el peronismo es fundamentalmente una experiencia de nuestro pueblo y lo que nosotros hacemos ahora es descubrir que siempre habíamos estado integrados a ella [...] en el sentido que está integrado a la experiencia de su pueblo todo hombre que se identifica con los intereses de los más: y no sólo de los más cuantitativamente, sino de aquellos que por su condición, por su ubicación dentro del proceso productivo, son los únicos que pueden gestar una sociedad sin explotación..."

Asimismo, Sigal y Verón reparan en la definición del ser peronista como una categoría formal, al margen de cualquier ideología: "sólo como una lealtad que determina automáticamente una pertenencia".

Independientemente de la forma en que asumen la identidad peronista, existen algunos mecanismos para reforzar la misma. Particularmente, las organizaciones armadas apostaban a la simbología peronista legendaria a modo de mostrarse leales al líder y al movimiento.

Si bien el peronismo debía reformularse para convertirse en agente político de la revolución social, algunos de sus símbolos históricos fueron rescatados en la década del sesenta. Es decir, que los cambios en el escenario internacional y sobre todo el hecho de que un movimiento gestado en el gobierno tuviera que pasar a la oposición, no fueron suficientes para quebrantar ciertos códigos peronistas. En efecto, muchos jóvenes que probablemente no habían vivido esa experiencia protagonizaron un proceso de resignificación del lenguaje original del movimiento.

Entre los emblemas adoptados por el peronismo revolucionario se destacan: las tres banderas (justicia social, independencia económica y soberanía política), Evita como el mito de la luchadora acérrima contra la oligarquía, la figura del líder dirigiéndose directamente a su pueblo desde el balcón y el 17 de octubre, entendida como la primera manifestación de violencia popular.

En cuanto a este último punto, el líder de las FAR, Olmedo lo describe como "la irrupción de nuestro pueblo, de nuestras masas, al escenario político" iniciando el ciclo histórico de la lucha nacional. Así, desde la izquierda revolucionaria se establece una continuidad entre el 17 de octubre y otras eventos donde el pueblo se pudo expresar, sin intermediarios. Principalmente, se destaca el Cordobazo como el episodio en el que las masas salieron a la calle para manifestarse. Desde aquellos sectores que se denominaron Nueva Izquierda, también se rescata al 17 de octubre como"el primer símbolo real construido por la nueva clase obrera. Su primer intento violento de participar en la vida política."

Las alegorías sobre Perón y Evita no agotan, sin embargo, los emblemas del peronismo. En el estudio realizado por Beatriz Sarlo se describe la presencia reiterada de la figura de Aramburu en distintos lemas y canciones montoneras, cumpliendo una función de autodefinición por oposición. Así, los Montoneros fundan su identidad mediante la expresión de repudio hacia aquella persona sobre quien pesaban "los cargos de traidor a la patria y al pueblo y asesinato en la persona de veintisiete argentinos", como sentenciarían en el primer comunicado de la organización, el 29 de mayo de 1970. En ese mismo comunicado aparece otro de los símbolos peronistas de la época, la figura de Juan José Valle, que le da el nombre al comando montonero que secuestra a Aramburu. También se hace mención a las tres banderas peronistas de las que frecuentemente se valía la guerrilla peronista, por su compatibilidad con los ideales revolucionarios de la liberación nacional y social.

Dentro de los estos signos que se anuncian en los comunicados montoneros, vale la pena resaltar la temática de "ajusticiamiento", en la que se puede incluir al caso del Mayor Julio Sanmartino, narrado al comienzo del trabajo. Este ex jefe de policía y del Servicio Penitenciario de Córdoba, también encontró su muerte en un operativo de especial connotación, sobre todo por la impronta de la ciudad cordobesa como núcleo social, en esos años. La "ejecución" de Aramburu, asimismo, es interpretada por estos jóvenes como un logro de "justicia popular". Al respecto, Firmenich explicaba lo siguiente:

"El ajusticiamiento de Aramburu era un viejo sueño nuestro. Concebimos la operación a comienzos de 1969. Había de por medio un principio de justicia popular (la reparación de los asesinatos de junio del 56) pero además queríamos recuperar el cadáver de Evita, que Aramburu había hecho desaparecer."

Ahora bien, retomemos el caso de FAR, que bien puede ser un ejemplo paradigmático de los sectores juveniles ajenos al peronismo que en algún preciso instante deciden luchar por Perón. Para comprender este transcurso o pasaje hay que matizar lo dicho en la oración anterior. De hecho, su incorporación a la experiencia peronista no se correspondió con una estrategia puntual o decisión precisa sino que se vincula más bien a una conversión natural y progresiva. Innegablemente este no es un proceso que puede ser explicado por un sola causa, sino que es la combinación de una serie de eventos en un complejo escenario.

La coyuntura internacional y los sucesos específicos del país posibilitaron en primera medida que el peronismo fuera reinterpretado por sectores de izquierda, nacionalistas, liberales y hasta católicos. La proscripción del movimiento mayoritario sumado a la actitud gubernamental de los militares decisivamente provoca reacciones adversas en la sociedad. A su vez, tanto las fuentes como los entrevistados coinciden en el hecho de que protagonizar la revolución del pueblo argentino sin proclamarse peronistas era al menos, complicado. Que en su mayoría, las personas más humildes retuvieran su lealtad peronista a pesar de todo, efectivamente influyó en la retraducción positiva del movimiento, por parte de aquellos jóvenes militantes deseosos de realizar trabajo social en las villas miseria. Después de todo, las organizaciones armadas estaban conformadas por individuos. Individuos inmersos en sus respectivos entornos sociales y principalmente influenciados por su esfera más íntima. Tal como me fue revelado en entrevista con Mercedes Depino, la hipótesis de rebelión para con sus padres no se aplica en todos los casos por igual:

"Mi familia era muy abierta, de pensamiento afín al socialismo. No eran peronistas porque en realidad creían que Perón nos iba a cagar. Ahí diferíamos con ellos pero de ninguna manera nosotros nos rebelamos contra ellos porque no eran como los antiperonistas tradicionales (a pesar de que mi padre era de la Marina). Pero sí, nos enseñaban mucho a tener vocación social, nos obligaban a comer recordando a los niños pobres del mundo. Por eso, mi historia es bastante particular. Existía un componente familiar muy fuerte de preocupación social. Era bastante natural que militáramos para el peronismo revolucionario. Nadie dudaba de que en ese momento lo que había que hacer era eso."

Además, Mercedes Depino no duda en relacionar su incorporación a las FAR con el vínculo de su familia con Carlos Olmedo (novio y eventual marido de su prima Isabel). Entiende que FAR se había constituido en el marco de su familia y en torno a los amigos de sus primos del Colegio Nacional Buenos Aires (por ejemplo, "la petisa" Sabelli, cuadro legendario de FAR fusilada en Trelew, era compañera de curso de Isabel Goldenberg). Además, tal como se explica en la sección anterior del trabajo, la relación que mantenían los jóvenes de la familia Depino-Goldenberg con Carlos [Olmedo] era "muy especial", en palabras de la entrevistada.

Por su parte, el historiador Ernesto Salas subscribe su análisis a la explicación natural de los hechos. Acerca de la célula Montonera de Córdoba sostiene que su calidad de peronista existía prácticamente desde siempre, porque se trataba de fracciones de clase trabajadora. Por otro lado, Salas cree que el grupo bonaerense ("jóvenes de clase media pero que ya frecuentaban grupos peronistas") se acerca al peronismo espontáneamente. En efecto, adhiere a la teoría de Gillespie sobre la culpabilidad sentida por Mugica y sus alumnos por el antiperonismo de sus predecesores. Para Salas, los jóvenes militantes católicos buscaban un cambio respecto de la generación de sus padres y es así como sencillamente desembocan en el movimiento peronista.

En cuanto a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, Ernesto Salas no descarta la influencia de la organización Montoneros, pues cuando FAR se declara peronista a fines de 1970 el proyecto de las Organizaciones Armadas Peronistas ya existía. A su vez, añade Salas, FAR tuvo que reconocer el éxito de Montoneros para con las bases y en eso su condición de peronista no pasaba desapercibida por Olmedo. De hecho, cuando el líder de las FAR expuso su pensamiento en "Los de Garín" destacó la urgencia de evitar el aislamiento propio del marxismo en la Argentina y seguramente para ello había tenido en cuenta la estrategia social de Montoneros. En resumen, para Salas fue un proceso sencillo:

"Ellos querían llegar al socialismo. El peronismo debía encarar la liberación nacional y después a partir de ahí se llegaría al socialismo. Todos se peronizaron en ese momento. Si nosotros hacemos la revolución desde el pueblo porque nosotros SOMOS el pueblo, la única manera de ser parte del pueblo es compartir aquellas cosas como la lealtad peronista (la tradición político cultural histórica del pueblo)."

Pero ¿cómo se relaciona dicha evolución con la asimilación del discurso de Perón?

Empecemos por entender que existe un vínculo. Aunque parezca obvio, no todos estuvieron de acuerdo en esto. Víctor Basterra por ejemplo, minimiza el impacto sobre la Resistencia. Como militante de las FAP (surgidas desde el seno del peronismo histórico) no cree que haya existido tal influencia de las palabras de Perón en el proceso de radicalización de la Resistencia. Cuando se le pregunta por las instrucciones de Perón desde el exilio, responde:

"Eso no llegaba masivamente, eso quedaba en pocas manos...[...] Algunos comunicados de Perón llegaban pero no en su totalidad, además Perón era ambiguo digamos contradictorio.[...] entonces crea, por un lado una especie de confusión y por otro lado, una especie de dependencia, que la última palabra la tenía Perón. ¿Pero que sucede? Cuando se van conformando las organizaciones armadas, lo hacen a pesar de cualquiera, las FAP se hacen a pesar de cualquiera, después se busca el aval pero la cosa ya estaba armada a Perón se le da, en su momento, el hecho consumado, tiene que aceptarlo..."

Otras fuentes, como el entrevistado Gabriel Rot, difieren en el alcance del discurso:

"Yo creo que [el discurso de Perón] influía mucho...les llegaba y les llegaba mucho. [...] Aparte por la relación directa que existía entre Perón y las masas, digamos, les llegaba a las masas, tenían ahí un encorcetamiento obligado de seguir las directivas y seguir lo que decía Perón. [La influencia del discurso de Perón] es central. Es central, la estructuración de la JP, los viajes de Cacho El Kadri a verlo a Perón, es central eso."

De todas formas, Basterra reconoce la posición de máxima autoridad de Perón en el movimiento y admite que su aprobación era necesaria para legitimar sus acciones. En rigor, lo que destaca como esencial es el significado de Perón, su legado social. Pues, desde su punto de vista, las FAP caracterizaban a Perón como lo que era: un pragmático que nada más y nada menos"había creado las tres banderas y había plasmado y consolidado una política de corte social pendiente desde la época de los radicales". Para Basterra es crucial no equivocarse en la interpretación de la figura, realista y coherente con la historia del movimiento y del líder. El entrevistado sostiene que algunas organizaciones (a diferencia de la suya) se confundieron al creer que Perón iba a liderar el proceso de liberación nacional y social. Afirma que su agrupación lo caracterizó a Perón como"un reformista burgués que tenía componentes nacionales pero que no estaba cargado de esa mística de <>. Perón no dijo la patria socialista, dijo el socialismo nacional".

Por su parte, Salas coincide con Basterra acerca del rol legitimador del discurso, a la postre de la acción: "La carta de Perón se usa más como justificación que como incentivo."

Asimismo, Mercedes Depino descarta que el discurso de Perón desde el exilio haya funcionado como motivación para la juventud, aunque también ella cree que servía para autorizar y/u otorgar legitimidad a las organizaciones armadas y a sus operativos. De inmediato, recuerda las reuniones de la organización para discutir "La Hora de los Hornos"así como cualquier mensaje que llegara desde Madrid. Lo cierto es que para Mercedes Depino, FAR interpretaba el discurso de Perón mayoritariamente como guiños a la izquierda revolucionaria. Asevera que no se trataba de una estrategia para insertarse en el peronismo sino que sinceramente creían en las palabras alentadoras del líder. Simplemente era un tema de expresar la pertenencia al peronismo como experiencia histórica e identidad del pueblo. Carlos Olmedo desarrolla su visión positiva de los cambios en el peronismo:

"Si lo que se pretende al hablar de doctrina justicialista, es fijar la historia, detener su curso y hacerle creer hoy a nuestro pueblo que es posible el capitalismo sin explotación, o que los intereses de los dominados y los dominantes pueden conciliarse, nosotros decimos que eso no es justicialismo, o si es justicialismo, que la doctrina justicialista ya no interpreta las necesidades del pueblo peronista. Nos parece más correcto decir que eso no es justicialismo, porque nuestro pueblo sabe perfectamente que la doctrina tiene que ser tan viva como la propia realidad y debe adecuarse a las etapas, a los ciclos, a los peldaños de la lucha por la liberación."

Las palabras del jefe revolucionario son más que elocuentes. Indudablemente, las Fuerzas Armadas Revolucionarias subscriben a una doctrina justicialista muy diferente de la original. De una interpretación lineal de las palabras de Olmedo, se puede deducir que su organización efectivamente creía en la transformación del justicialismo. La coyuntura nacional e internacional, así como la necesidad de identificarse con el pueblo posiblemente hayan provocado esa inclinación en las reflexiones del líder de FAR. Pero sin duda, el factor determinante fue el mensaje de Perón quien, por entonces, aparentaba haber "girado" realmente a la izquierda.

"El propio creador de la doctrina justicialista [...] señala claramente que las grandes líneas históricas marcan a los pueblos del tercer mundo el camino del socialismo. El mismo hombre que creó y produjo una doctrina que contempló la posibilidad de integración de los intereses de diversas clases en el seno de la sociedad nacional, hoy comprende y explica a su pueblo porqué la libertad, la justicia y la soberanía sólo son posibles en el socialismo: he allí el caso, no de una inconsecuencia o de una contradicción, sino de una superación, de una interpretación alerta al curso de la realidad y que sabe modificar su doctrina o su diagnóstico cuando esa realidad se ha modificado..."

El 25 de mayo de 1973, en una conferencia conjunta de FAR-Montoneros se hace mención a las supuestas instrucciones dadas por Perón a partir de la década del sesenta: el trasvasamiento generacional y la actualización doctrinaria. La interpretación de las organizaciones armadas era clara. Pero ¿era sincera? ¿La búsqueda de encarnar al "enunciador segundo" se corresponde con una actitud voluntaria o inconsciente?

En primer lugar, cabe advertir que no existe tal respuesta. La complejidad del asunto no permite discernir entre ingenuidad o estrategia calculadora. Como ya se explicó en varias oportunidades las decisiones de la organización son la combinación de sentimientos personales que interactúan permanentemente con el escenario político externo al individuo. ¿Cómo saber si la incorporación al peronismo de FAR, por ejemplo, se explica por las consideraciones de Olmedo o de Quieto (suponiendo que difieren)? ¿Cómo saber que sucedía en la cabeza de cada militante? ¿Y si algunos de ellos creían en Perón y al mismo tiempo otros desconfiaban de sus guiños? ¿Cómo clasificar el pensamiento de toda una organización? Imposible. De todas maneras, siempre se puede interpretar y suponer. Mientras los documentos históricos y los testimonios se encaminan hacia la franqueza, algunos autores sostienen que su inscripción en el peronismo fue absolutamente funcionalista. Para simplificación del estudio, a estas teorías las denominaré instrumentales.

En pocas palabras, una interpretación instrumental entiende que la juventud radicalizada busca cobijarse bajo la bandera peronista estratégicamente. Es decir, que se trata de un esquema funcionalista donde se descarta el proceso de evolución natural y sincera hacia el peronismo.

Para ello, algunos autores, como Verón y Sigal, insisten en el papel estructural del discurso para la instrumentalización de la identidad peronista. Parten de la base de que a partir de 1968, Perón acepta apoyar discursivamente a la JP y la guerrilla en general sólo por fines prácticos, específicamente para debilitar a Lanusse. Por lo tanto, estaríamos frente a una doble estrategia: aquella retórica funcional a Perón (para fortalecer la posición relativa del peronismo) se convierte en el propio instrumento de la juventud para legitimar su lucha armada. Por su parte Gabriel Rot adhiere a la hipótesis:

"...les fue absolutamente funcional lo que decía Perón, cuando hablaba de la juventud maravillosa, les resultaba absolutamente funcional a ellos."

En el estudio de Liliana De Riz, "Historia Argentina. La política en suspenso 1966/1976", se menciona la interpretación de Lanusse con respecto al panorama a fines del Onganiato. En su libro Confesiones de un General, Lanusse sostiene que Perón representaba el líder del que carecían aquellos jóvenes que habían optado por la contestación, y aquellos intelectuales y universitarios a los que Onganía había llevado a radicalizar sus posiciones.

"La juventud de fines de los sesenta adhirió a Perón como un modo de identificarse con el pueblo y así, los hijos de quienes habían sido furibundos antiperonistas se convirtieron en peronistas fanáticos. Bajo el influjo de las ideas del Che Guevara, Franz Fanon y la Teología de la Liberación, Perón y el peronismo fueron convertidos en la encarnación militante del socialismo nacional."

Sin embargo, la teoría de Sigal y Verón es un poco más compleja que la de Lanusse, pues Perón no representaba cualquier liderazgo. Para alcanzar el tan ansiado logro de movilizar a la clase obrera a su favor, las organizaciones armadas tuvieron que pagar un precio (bastante alto para algunos): "la adopción de la camiseta peronista.". De todas formas, los autores no descartan la posibilidad de que dicha identidad fuera temporaria y que el proyecto original de la guerrilla consistiera en ganar terreno entre las bases para luego "reorientarlas" hacia un verdadero movimiento de liberación nacional y social y dotarlas de real conciencia proletaria. Esto último podría haber ocurrido en el caso puntual de FAR. Cuando Olmedo afirma que a través del justicialismo el proletariado ha adquirido su mayor conciencia social de la historia argentina, en ningún momento dice que ese nivel de conciencia sea el máximo posible, sino que al contrario deja entrever que todavía no se ha alcanzado el nivel esperado. Por ende, podríamos suponer que lo que Olmedo pretende es utilizar el peronismo como autopista al socialismo, usufructuando la conciencia existente para conquistar la conciencia ideal. Esta táctica se conoce como entrismo.

Sin embargo, todos los entrevistados coinciden en que la actitud de FAR no puede ser incluida en la experiencia del entrismo y que el único grupo que lo puso en práctica fue Palabra Obrera (autodefinida como "corriente trotskista del peronismo revolucionario"). De esta agrupación liderada por Nahuel Moreno surge la fracción del Vasco Bengoechea que efectivamente y no retóricamente se incorpora al peronismo.

De cualquier manera, Sigal y Verón insisten en que algunas de las adhesiones al movimiento no fueron verdaderas. Sostienen que "la movilización de la juventud en torno al peronismo fue desde el comienzo una mezcla particular de creencia y de <>". Así pues, debieron enfrentar una contradicción intrínseca en su estrategia: "la pretensión de hablar en nombre del pueblo y la necesaria sumisión a otra palabra, la palabra de Perón".

Desde la perspectiva de Ollier, las organizaciones armadas estaban presas de un doble juego donde no podían dejar de incluir a Perón en su estrategia de toma de poder pero tampoco podían definir claramente el lugar que le correspondía al líder en el proyecto. La propia idea de un peronismo armado implica cierta incompatibilidad, por la dificultad de delimitar el terreno y los alcances de un colectivo peronista demasiado heterogéneo.

Claro, que desde el seno de las agrupaciones guerrilleras, ningún contrasentido era percibido. Mercedes Depino, por ejemplo, explica que las oscilaciones en el discurso eran interpretadas como la posición del péndulo en ese momento. Lejos de sufrirlo en términos sentimentales como motivación o traición, FAR puntualmente mantenía una postura racional acerca del peronismo discursivo. Ahora, cuando el péndulo de Perón se inclinaba hacia la izquierda revolucionaria, la interpretación era sencilla: la aprobación de sus actos. Si bien festejaban las palabras autorizantes y se lamentaban de aquellos discursos que les quitaban apoyo, no existía tal cosa como la sorpresa, el desengaño o la amargura. En este aspecto, Mercedes Depino subraya la distancia que los separaba de los militantes peronistas históricos que no podían librarse del bagaje sentimental (hacia el movimiento y el líder).

En esta misma línea se puede entender la siguiente afirmación de Sigal y Verón:

"Cada peronista, y esto vale sobre todo para la juventud ideologizada, tenía así su Perón propio, ya sea porque estaba convenido de que detrás de todo actitud del líder (entidad concreta) que no fuera coherente con SU Perón, no había más que táctica momentánea o ya sea porque considerara a perón (entidad abstracta) como un dirigente infinitamente maleable, que contenía todas las posibilidades políticas e ideológicas"

En tal caso, existían dos posibilidades. La primera, que en cierta forma, coincide con el relato de Mercedes Depino, tiene que ver con la creencia de que si el péndulo no estaba de su lado, sólo se debe a la estrategia circunstancial de Perón. La segunda explicación de las oscilaciones discursivas, aunque muy vinculada a la primera, difiere en el aspecto "maleable" del líder, que sólo puede entenderse desde una visión subestimada o simplificada del mismo. Lo cierto, es que Perón efectivamente podía moverse libremente por el espectro ideológico, lo que de ninguna manera implica una condición de docilidad. Por otra parte, no creo que ninguna organización armada haya sido tan ingenua para creer que maniobraban las riendas de la flexibilidad de Perón. En cambio, no sería extraño que esa supuesta manipulación del líder haya existido en la imaginación colectiva de la izquierda revolucionaria sólo como mecanismo de autoconvencimiento. Es decir, que aquellos militantes, sobretodo intelectuales o provenientes de la izquierda, encontraban en la elasticidad del discurso de Perón, la excusa que ellos mismos precisaban para justificar su militancia en el peronismo.

Finalmente, llegó un momento donde la plasticidad y la ambigüedad en la retórica del líder le cedió paso al mensaje claro y directo, como el del 21 de junio de 1973:

"Nosotros somos justicialistas. Levantamos una bandera tan distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes.[...] No hay nuevos rótulos que califiquen a nuestra doctrina ni a nuestra ideología. Somos lo que las veinte verdades peronistas dicen. No es gritando la vida por Perón que se hace Patria, sino manteniendo el credo por el cual luchamos. [...] Los que ingenuamente piensan que así pueden copar nuestro movimiento o tomar el poder que el pueblo ha conquistado se equivocan. Ninguna simulación o encubrimiento, por ingeniosos que sean, podrán engañar a un pueblo que ha sufrido lo que el nuestro, y que está animado por la firme voluntad de vencer. Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal..."

Sin embargo, la reacción de los "infiltrados" no se sucede inmediatamente. ¿Por qué tardan tanto en darse por aludidos? El proceso de ruptura es verdaderamente complejo. La evolución hacia el quiebre transcurre a medida que las confusiones discursivas se despejan y se combinan con la coyuntura política argentina de 1973. Pero... esa es otra historia.

EL RETORNO

EL RETORNO

A medida que la posición de Lanusse se debilitaba, Perón alimentaba sus esperanzas de convertirse en el primer mandatario de los Argentinos. Por ende, debía seguir ampliando su espectro como movimiento político.

"La asociación entre la entidad pueblo y el colectivo trabajadores, típica del discurso peronista hasta 1955, desaparece prácticamente en el último período [1973-1974]"

Indudablemente, se altera el calificativo del destinatario a causa de la ampliación del conjunto receptor del discurso. La inclusión de la juventud (por el trasvasamiento generacional) y buena parte de la clase media, a través de la izquierda revolucionaria y/o izquierda peronista, obliga a Perón a ampliar el margen por fuera del colectivo <>.

Sin embargo, el denominador pueblo no era lo suficientemente amplio como Perón necesitaba en 1973. En ese entonces, su misión era la de unir a todos los argentinos, como una fuerza sobrenatural, más allá de las ideologías. Perón llega "del otro extremo del mundo" despojado de su figura de líder peronista, para representar a toda la Nación. Convertido en mito en detrimento de su condición de ser humano, su labor radicaba ahora en unificar al pueblo argentino, como lo había tenido que hacer con el justicialismo, en sus orígenes. El 26 de junio de 1973, ya instalado en Gaspar Campos, Perón saludaba:

"el justicialismo, que no ha sido nunca ni sectario ni excluyente, llama hoy a todos los argentinos, sin distinción de banderías, para que todos solidariamente nos pongamos en la perentoria tarea de la reconstrucción nacional..."

En suma, la presentación de los términos patria y peronismo como homólogos contribuye a la ampliación receptiva del discurso peronista. De esa manera, nadie que hablara en nombre de la patria o que se considerara parte de ella quedaba excluido del colectivo peronista. Así las cosas, Perón salvaguardaba su tan codiciado diálogo directo con el pueblo argentino.

El 27 de agosto de 1973, Perón se presenta ante el Congreso de Mujeres del Movimiento Peronista. Su disertación para la rama femenina se convierte en una perfecta ocasión de remarcar algunos aspectos de su nueva etapa:

"...encaminar la vida nacional, un poco salida de cauce después de 18 años de lucha, de desorden y de incuria gubernamental.[...]De manera que ese trabajo realizado con verdadera dedicación y amor, es el que el país necesita para que todas las familias argentinas puedan conformar espiritualmente una nación y aventar lejos de sí las pasiones insanas y la delincuencia que, desgraciadamente, ha proliferado de una manera pavorosa en nuestro país..."

El retorno de Perón a la Argentina

INTRODUCCIÓN

En este trabajo me ocuparé de las consecuencias del peronismo discursivo en los momentos previos a la ruptura entre el líder y sus "formaciones especiales". Se analizará, específicamente, la interacción entre Perón y la izquierda revolucionaria en torno a su regreso al país.

Lo que hace interesante la exploración de ese momento son las modificaciones estructurales que sufre la comunicación entre estos dos actores, cuando desaparece la situación de exilio. Si antes de 1973, la distancia favorecía a la ambigüedad, también permitía la existencia del rol de sujeto mediador. Lógicamente, esa dinámica se extingue con la llegada de Perón al país. Si bien en el período anterior, teóricamente Perón mantenía todo el poder concentrado en sí mismo, su ausencia física lo obligaba a delegar en colaboradores y escribir cartas que legitimaran a tal o cual dirigente peronista. De manera que cuando el tan ansiado retorno es inminente, los discursos de Perón se transforman visiblemente. Como se explica al comienzo del capítulo, Sigal y Verón distinguen el término "reconstrucción" como aquel que mejor describe la retórica del líder en esta etapa. Evidentemente su discurso evoluciona en dirección contraria a la de los jóvenes revolucionarios.